Liberan al “caníbal de Tuxtla”; el caso sucumbió al estado en 2012

(Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; mayo, 2012).- Tres días antes del crimen, Jimmy Virgilio Villatoro Argüello adquirió un par de cuchillos y los afiló frente a una videograbadora, mientras relataba a solas el destino que le depararía a su expareja, a quien le comería el corazón.
Wendy Lizeth Ochoa Méndez, de 19 años de edad y madre de Braulio Andrés —de aproximadamente 3 años en ese entonces—, salió de su ciudad natal, Mapastepec, para continuar sus estudios de bachillerato en una universidad pública de la capital; pero su preparación se truncaría para siempre.
En Tuxtla Gutiérrez, la joven de ojos almendrados, cejas semipobladas y nariz aguileña terminó —por intento de homicidio— la relación con su pareja, un hombre de 33 años.
Wendy Lizzet denunció desde octubre de 2011 los golpes y amenazas por parte de Jimmy Virgilio y solicitó una orden de aprehensión ante la Fiscalía Especializada en Protección a los Derechos de la Mujer.
La denuncia no fue atendida por la fiscal del Ministerio Público, Irma Alicia Bautista Márquez, quien sólo integró la Averiguación Previa 832/UEDSYVF1/211 por los delitos de violencia familiar e incumplimiento de los deberes alimentarios.
Meses después, el 28 de abril de 2012, sus familiares perdieron su rastro y su padre, Ángel Ochoa Soto, llegó a la vivienda que la joven rentaba en la capital, pero estaba vacía.
Desesperado, se dirigió a las autoridades y notificó la desaparición de su hija, cuyos datos fueron ingresados al apartado de personas extraviadas en el portal de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE). Las autoridades y don Ángel Ochoa implementaron la búsqueda durante dos semanas sin obtener resultados.
HALLAZGOS
Durante la primera semana de búsqueda, se dio a conocer el hallazgo de una cabeza encontrada a las 17:45 horas del miércoles 2 de mayo, debajo de uno de los puentes que cruzan el Libramiento Norte Poniente de la ciudad, a 100 metros del Mirador “Los Amorosos”.
Días después, las autoridades encontrarían partes de pies y brazos esparcidos metros más adelante. En esa ocasión, los noticieros locales informaron que las piezas humanas pertenecían a las de un hombre de aproximadamente 45 años de edad.
Los datos eran imprecisos porque la cabeza, aunque tenía cabello, presentaba la piel acartonada y el rostro había sido rebanado, además, la PGJE manejó el caso con hermetismo.
La Policía creyó que los animales habían devorado la cara, hasta que la historia dio un vuelco inesperado.
No era un hombre; el dictamen forense arrojó que los brazos, las piernas y la cabeza pertenecían a una mujer, no de 45, sino más joven. Y el rostro, tampoco fue devorado, sino mutilado con cortes finos y precisos, similares a las de un cirujano plástico, refirió una fuente confidencial.
Con los resultados de las primeras investigaciones, las autoridades se comunicaron con Ochoa Soto para que constatara si podría tratarse de su hija. El padre estaba incrédulo. Decidió averiguarlo por él mismo y solicitó un permiso para que un dentista de Mapastepec —quien atendía con frecuencia a su hija— le hiciera un estudio dental.
El informante explicó que, de acuerdo con el odontólogo, los estudios confirmaron que era Wendy Lizeth pues la dentadura aún traía las amalgamas que, días antes de su desaparición, le había hecho.
CONFESIÓN
Con sospechas de la implicación de su expareja, familiares de la mujer dieron información a las autoridades y diversas corporaciones policiacas comenzaron un operativo de búsqueda para dar con su paradero.
El 15 de mayo, Jimmy Virgilio fue detenido en un restaurante en la Calle Central y 13ª Norte de la capital, donde festejaba el Día del Maestro.
Tras su aprehensión —dijeron las fuentes consultadas— confesó todo.
Tres días antes de asesinar a su expareja, afiló unos cuchillos mientras que con una videocámara y una grabadora documentaba todo lo que le haría a Wendy.
El hombre sabía la hora en que salía de clases y la secuestró; en su domicilio le ató de las manos, le cubrió la boca y la estranguló para luego descuartizarla frente a la cámara.
El homicida confesó haber colocado las partes del cuerpo en bolsas de plástico negras y antes de guardar el tronco, le extirpó el corazón para comérselo.
A la cabeza le cercenó el rostro para que la joven de ojos almendrados, cejas semipobladas y nariz aguileña, no fuera reconocida por las autoridades. Después, el asesino abordó su automóvil y tiró los restos en los dos puentes ubicados antes y después del Mirador “Los Amorosos”, aunque supuestamente —dijo— el tronco o “canal” lo arrojó en el río Sabinal, atrás del edificio de la PGJE, pero las autoridades nunca aclararon si dieron con su paradero.
Tras identificar el cadáver, la cabeza fue puesta en un pequeño frigorífico y las demás partes del cuerpo en varias hieleras, pues fueron llevados al crematorio “La Piedad”, ubicado en la colonia Los Pájaros.
Wendy Lizeth Ochoa Méndez regresó al barrio El Malucal, del municipio de Mapastepec, lugar que la vio nacer y que ahora le da la despedida.
A siete años de este feminicidio que sucumbió la capital y el estado, Jimmy Virgilio, el “Caníbal de Tuxtla” (como le fue apodado por la prensa chiapaneca) fue liberado el martes por un juez federal en amparo a pesar de haber confesado cómo asesinó a Wendy.
Hasta el momento se desconoce cuál fue el motivo de eximir la pena pues las autoridades no han dado a conocer la resolución del juez.
(Nota publicada en «El Heraldo de Chiapas». Mayo 2012)
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