Panes & Peces

Rufino Tamayo
“Después de Picaso naiden… después de naiden, Tamayo”.
Diego Rivera
A propósito de la basura electoral que han colgado a diestra y siniestra en la ciudad, sobre techos, bardas de calles, callejones y avenidas (también en el camino rumbo a otros municipios, hasta quién sabe dónde y cuándo), vino a mi memoria aquella época cuando las paredes exteriores e interiores de edificios, calles o avenidas eran el lienzo de magníficas pinturas de Siqueiros, Orozco y Rivera, con la firme idea de hacerle llegar al pueblo la historia de México, luego de la Revolución.
El arte del pueblo para el pueblo, tal cual se hizo en la época prehispánica, como lo demostraban los murales de Teotihuacán y de otras zonas arqueológicas a lo largo y ancho del país. Un proyecto re-volucionario apoyado por el presidente Álvaro Obregón, coordinado por José Vasconselos.
Destaca el perfeccionamiento de la técnica de la pintura de mural, debido a que las condiciones climáticas en las que se realizaban eran distintas, para lo cual tuvieron que ser también un poco químicos y realizar experimentos hasta encontrar la fórmula correcta en cada mural, con el objetivo de perpetuar las pinturas para el disfrute de las masas.
Los tres pintores arriba mencionados son los más grandes exponentes del muralismo en México, y el cuarto en fila vendría a ser el pintor oaxaqueño Rufino Tamayo. De éste último también tengo grande admiración porque los trazos y temas usados me dicen algo que va más allá de las palabras. Pero son precisamente las palabras las usadas en esta mini ficción que les comparto, aprovechando que hoy se celebra un aniversario más de su partida al mar del universo. Se titula : Rufino.
“Rufino del Carmen Arellanes Tamayo, cumplidos los 18 años, dejó Oaxaca para irse a la ciudad de México. Atrás quedarán medios hermanos y la sombra paterna que lo perseguirá hasta su muerte. Pero antes de ese día buscará entre el grabado y la pintura su identidad, su lugar en el universo, y para lograr su propósito se inscribe en la Academia de San Carlos, y es entonces cuando sucede: ve la dualidad de su porvernir, un mismo fenómeno en dos distintas percepciones, y entonces decide sellar su destino firmando en la hoja de inscripción: Rufino Tamayo.
Nueve años después expone su obra en Estados Unidos, lugar donde decide quedarse. Lleva el terruño en las manos y construye ventanas, traza agudas lineas desde el macro hasta el micro cosmos iluminado. Y ya no se detiene. Su nombre camina por el mundo durante 34 años. Vuelve a México y su pueblo inaugura un museo de arte prehispánico con su nombre. Tamayo salta al éter y en ese vuelo se topa con gente del gobierno, quienes ven la chanza de quitarse la imagen represora, ignorante y corrupta, anunciando un museo de arte contemporáneo grande y bonito, no como el Oaxaqueño. Tamayo se ilusiona y adquiere obras de gran importancia y espera por años el refrendo gubernamental, que jamás llega. Y la indiferencia no acaba ahí, el Colegio de México se niega aceptarlo como miembro. Será la iniciativa privada quien realice el Museo Tamayo de Arte Contemporáneo. El gobierno no tiene respuesta luego del boom petrolero, cuando declaraba: “Mexicanos, prepárense para administrar la riqueza”. De eso no hay nada, sólo pobreza, y a Tamayo le duele México y su destino.
Muy enfermo, con 92 años vividos por y para el arte, por fin es invitado a ser miembro del Colegio de México, y él, noble hasta la médula, acepta. Muere semanas después dejando como único hijo su obra, su creación desmedida y admirada en los cinco continentes. Arte que lo defenderá contra artistas efímeros, nigromantes del arte mexicano. Rufino viaja desde hace mucho sobre un cometa, pintando rutas elípticas en el cosmos.”
La historia que hoy nos cuentan los muros es de lástimas, de una pobreza intelectual desmedida. Muros vacíos… Es verdad… después de Tamayo, naiden. (Antonio López)
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